Nadie sabe es un puñetazo a la boca del estómago traída en forma de caricia por Kore-eda. Un sol brillando de pasada, los ruidos de la calle, unos pies calzándose.
Kore-eda se desliza por ese apartamento de Tokyo donde viven cuatro hermanos. Nos los presenta y los acaricia con la cámara. Una risa, una nota de un piano de juguete, un gruñido, un chocolate Apolo...Kore-eda también juega mucho con los elementos fuera de campo, prestando atención a los detalles que importan, una mirada, un roce, una lágrima, un susurro antes de dormir.
Un cine sutil y que pasa de puntillas por el encuadre. Que no confronta, sino que observa. Que no provoca la sensación, la canaliza. Un amablemente cruel retrato de un Tokyo fuera de campo. Ausente, que no sabe.